miércoles, 15 de diciembre de 2010

Gracias y hasta siempre, Morente.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Federico García Lorca.



No recuerdo la fecha exacta, el dato preciso, y sin embargo el recuerdo se mantiene fresco, persistente. Atando cabos, concluyo en que debió ser allá por el invierno del 96. Recibí la llamada de una amiga de Granada, más que invitándome, conminándome a subir a hasta allí so pena de perderme una ocasión singular, un encuentro, me pareció entonces, poco menos que imposible.

“Enrique Morente va a cantar con Lagartija Nick”, me dijo. Yo pregunté. Mucho, claro, porque aquello no terminaba de cuadrarme. Lagartija Nick era para mí entonces uno de esos grupos monumentales cuyo radio de acción quedaba limitado al pequeño universo de los iniciados -y dele cada cual a los iniciados el significado que su trayectoria le permita-.

Conocía a Antonio Arias desde su época en 091 y había tenido la suerte y el placer de hacer de puente, en la medida de mis escasas posibilidades, entre su nuevo grupo y el sello Romilar D, el encargado finalmente de poner en circulación sus primeros vinilos. Arias, Juan Codorniú, Eric Jiménez y, poco después, también Miguel Ángel Rodríguez Pareja, daban forma a una demoledora y fascinante banda en cuyo currículo figuraba ya entonces una trilogía inmensa e incendiaria -Hipnosis, Inercia y Su-, enormes discos de rock en los que la herencia punk coqueteaba con el futuro, rodajas desde las que saltaban las alucinadas profecías de Antonio -que al final nada tenían de escritura automática- para quedarse durante días dando vueltas en tu cabeza mientras la traducías al plano de la realidad. Mientras las descifrabas, vaya.

¿Que tenía aquello que ver con el flamenco? Sabía de la cercanía entre el grupo y el cantaor. Había coincidido con ellos en la presentación de aquel otro disco y proyecto multimedia dedicado a Lorca, De Granada a la Luna, y ya entonces resultaba evidente que la simpatía era mutua. “Parece que están preparando un disco juntos y van a tocar algunos de los temas”, me explicó mi amiga. En efecto: era una temeridad perdérselo.

Fue en las naves de la Feria de Muestras de Granada, en Armilla, ésas que todavía por algún tiempo acogieron el Espárrago Rock -cómo se echa de menos el Espárrago Rock, ¿verdad?-, con un público mayoritariamente no flamenco salpicado, uno por aquí, dos por allá, de escasos aficionados al cante jondo. Lagartija Nick atacó su repertorio con la rotundidad habitual hasta que llegó el momento del experimento. Subió Morente al escenario, comenzaron a tocar juntos por primera vez y… El resultado de todo aquello me desconcertó.

Hoy se da por hecho que Omega es la obra maestra que en fondo y forma sin duda es, pero quienes veníamos escarmentados de anteriores aventuras con el flamenco y el rock como protagonistas -qué desdén tan propio del punk, ¿verdad?-, albergábamos nuestras lógicas prevenciones. Omega no sólo no era un disco fácil -¿y qué?, siempre me han gustado ese tipo de retos-, sino que además se formulaba en un lenguaje nuevo, se cifraba en un código inédito para formular ese encuentro desde una perspectiva desconocida. Había que escucharlo muchas veces para entenderlo, para darse cuenta de que suponía el punto y aparte tras el que empezaba a escribirse un nuevo canon, justo como había pasado con Veneno, como había sucedido con La leyenda del tiempo, como en cierto modo volvería a pasar después a la inversa -con colaboración también del propio Morente- en La leyenda del espacio de Los Planetas.

En el caso concreto de Omega, aquello no era la consabida, cansina y vieja fusión, sino un disco de flamenco en el que el rock irrumpía propiciando momentos de intensa emoción y tensión.

La historia que vino después es de sobra conocida. La intrahistoria anterior lo es mucho menos. De la génesis del disco escribe mi compañero Jesús Arias un no menos emocionado artículo -vale la pena rastrear esa misma historia en otra narración del mismo autor, más desnuda y personal: A propósito de Omega, publicada este mismo año por la revista Litoral en su número 249, Rock español. Poesía & Imagen-. La sensación, esa extraña emoción, por su parte, se refuerza: Omega sigue siendo ese disco inagotable que hoy se escucha con congoja, a sabiendas de que el principal artífice de la reconciliación de otros como yo con el flamenco, simplemente, ya no está entre nosotros.


Artículo de Blas Fernández, en los diarios del Grupo Joly.

2 comentarios:

el bandero dijo...

Felices fiestas y sobretodo PROSPERO 2.011

Un saludo desde Barcelona.

el bandero dijo...

Hundo, acabo de publicar un post sobre la militarización del metro de Barcelona gracias al enlace que me dejaste en un comentario. MUCHAS GRACIAS DE NUEVO!