jueves, 11 de noviembre de 2010

Tuve que dejar atrás el odio para no destruirme



Hay historias que le atragantan a uno el desayuno y la de Ernest Shujaa Graham es una de ellas. Es casi imposible pegarle un mordisco a una tostada cuando este afroamericano de 60 años, hoy jardinero en Washington DC, relata su vida, cómo sobrevivió a la pena de muerte. Ni él puede con la suya de jamón. Shujaa es hoy un hombre fuerte y frágil. Tiene la fortaleza para luchar por la "justicia social", y por eso, dice, ha venido a España. Pero al tiempo llora como un niño al recordar el día en que, tras ocho años encarcelado injustamente, supo, a través de un pequeño televisor de su minúscula celda de San Quintín, que iba a ser liberado, exonerado de todos los cargos, tres de ellos en el corredor de la muerte.
Shujaa no tuvo una infancia fácil en Lake Providence (Luisiana, EE UU). La miseria, cuenta, obligó a su madre a emigrar a South Central, Los Ángeles, dejándole atrás con su abuela. Durante cuatro años, la familia estuvo separada: "Solo tenía seis años, no podía entender por qué mi madre se marchaba. Éramos muy pobres. No teníamos baño, nos lavábamos dentro de un barreño", recuerda. Cuando su madre pudo, por fin, llevárselo a California, Shujaa empezó a meterse en problemas: "He estado en bandas y mantuve todo tipo de actividades", cuenta, sin especificar. Entró y salió con frecuencia de centros juveniles y fue encarcelado por un hurto de 40 dólares (28,87 euros).Cuando entró en prisión, no sabía leer ni escribir. Primero en la prisión de Soledad, luego en Stockton... "Recuerdo el día que entré. Me encadenaron a otro preso. Se llamaba Muhammad y tenía 45 años. Yo tenía 19. Me dijo que tenía que estudiar, leer, conocer la historia para entender lo que sucedía dentro de las paredes de la cárcel. Ahí empezó mi verdadera vida, mi educación", señala."Shujaa es el nombre que me puso un preso en 1973. Significa guerrero de los valientes. Me gusta pensar que soy un luchador", explica. Por aquella época, Graham tenía ya una fuerte conciencia política: "Me involucré en un movimiento que luchaba en prisión por la justicia social. La lucha era como en las calles, porque la cárcel es un microcosmos de la vida exterior. Muchos presos nos rebelábamos contra la brutalidad. Me convertí en diana. El 27 de noviembre de 1973, cuando un guardia de la prisión fue asesinado, yo y otro preso fuimos acusados falsamente".Ahí empezó su calvario. En 1976 fue condenado a muerte tras dos juicios, y enviado al corredor de San Quintín, una de las cárceles más duras de Norteamérica. Durante tres años, estuvo en peligro de ser asesinado. Hasta que quedó probada su inocencia, Shujaa pasó por cuatro juicios, en los cuales solo hubo un negro en el jurado, en el primero de los procesos. En 1979, llegó la noticia, la Corte Suprema del Estado de California anuló la sentencia de muerte. Pero aún tuvieron que pasar dos años hasta que fue liberado. Desde aquel día de 1981, lucha por la abolición de la pena de muerte en todo el mundo: "Sé que es posible conseguirlo. Pero llevará tiempo". La receta, dice, es "la educación".El desayuno sigue en su sitio. Shujaa apenas ha pegado un pequeño bocado a una loncha de jamón. Emocionado, se seca el sudor de su cráneo y borra las lágrimas con sus manos, al tiempo que dice: "Cuando salí estaba muy enfadado. Frustrado en realidad. Pero tuve que dejar atrás mi odio. Tenía que hacerlo para seguir adelante. Si no, ahora estaría destruido".

Visto en la contraportada de la edición impresa de El País, el 11 de Noviembre de 2010